“¡Bienvenidos al Paraíso!” . Primer cartel que veía en kilómetros.
Calculo que llevamos unos dos días conduciendo sin una dirección fija; tampoco me extraña, el sol no nos deja ver mas allá del parachoques.
A los lados, solo desierto, algún pájaro que otro… y de repente sólo carteles. No comprendía bien que pretendían; nos vendían todo tipo de experiencias, viajes y demás, incluso llegue a leer “Universidad Francisco de Vitoria”…tantos kilómetros me están dejando medio ciego.
En el horizonte comienza a alzarse una metrópolis de edificios brillantes, y al momento nos vimos envueltos en la claridad de la noche; Entramos en el juego, todo el mundo jugaba.
Lo prohibido era el plato fuerte; las masas de gente estaban descontroladas. La ciudad se convirtió en un baile de sensaciones, que saciaban las ansias de diversión humanas; tengo que admitir que me encuentro en un estado de felicidad temporal muy reconfortante.
A cada día que pasaba, dejaba de importarnos un poco más el no estar en el hogar, no teníamos tiempo para pararnos a pensar en eso, la ciudad te empujaba, se movía, y movía a todos con ella; nadie podía resistirse a tal tentación. Haber dejado de controlar nuestras vidas, sinceramente, nos daba miedo… Pero estábamos atrapados, y no nos importa demasiado estarlo.
Las noches empezaron a volverse eternas, parecía que el sol tenía miedo de esta ciudad… ¿Porqué?…
A medida que pasaba el tiempo, nuestras ansias de diversión se fueron convirtiendo en odio, rencor… egoísmo. Lo que comenzó con la ilusión de una vida perfecta, acabó con miradas agonizantes y gestos de socorro. No aguantábamos más y retomamos la carretera.
Habíamos dejado pasar la oportunidad de vivir en una ciudad como aquella, por el simple hecho de que a veces divertirse no es todo en la vida. Decidimos que lo más sensato era seguir carretera recta; no nos importaba demasiado la dirección, a algún sitio llegaríamos… de todas maneras teníamos mucho tiempo.
Otra vez sin rumbo fijo, sin nada en los bolsillos y pájaros en la cabeza. En realidad creo que nunca nos hemos llegado a plantear lo que significaba estar allí; era un punto sin retorno, cuanto mas avanzábamos, más lejos estábamos de ningún sitio; pero era toda una experiencia…
Pasadas varias horas, otra ciudad iluminada se alzó a lo lejos, pero esta era distinta; tenía un brillo que no habíamos visto nunca. Transmitía tranquilidad. Entramos en el juego; aquí no había tanta gente, pero se estaba bien.
Siempre buen tiempo; nunca se nublaba. Todo el mundo sonreía, parecían tan felices… Daba envidia. Intentamos comprender el porque de tanta perfección; el secreto residía en su simpleza, todo era sencillo. Todo era como tenía que ser.
Tenemos que admitir que la sensación que te transmitía el ambiente era confortable… era segura; No tenías que temer nada, nunca pasaba nada fuera de lo normal. Estábamos siendo participes de una vida sin problemas ni preocupaciones; todo lo que teníamos que hacer era ser felices… no parecía tan difícil.
La verdad es que uno se acostumbraba pronto; nosotros no tardamos más que unas horas en adaptarnos, y menos aun en ser acogidos por los pocos habitantes. La gente reflejaba su propia alma en la mirada, y se reservaba sus pensamientos para cualquiera que supiera escuchar; no eran envidiosos, ni egoístas, ni siquiera comprendían el significado de esos términos; preferían vivir en una inconsciencia total, antes que saber como era la realidad de fuera. Nos parecía razonable ese pensamiento, en un paraje como ese no había sitio donde posar la vanidad, todos éramos como éramos, y lo aceptábamos.
Unos días mas tarde, todo se torció. Las calles se volvieron monótonas, y las personas extremadamente sinceras. Tanta felicidad cansaba, y nosotros ya estábamos agotados…
Comprendimos que el problema de tanta perfección, fue que éramos incapaces de apreciarla, necesitábamos una dosis de imperfección para ser felices; así que cogimos la carretera de nuevo.
Me gustaría saber que no hemos cometido un error yéndonos de ese lugar. Ojala hubiera alguien para decirnos si hemos perdido toda oportunidad de ser felices, o si simplemente conseguimos razonar a tiempo para darnos cuenta de que nadie ni nada es perfecto; sólo se puede llegar a ese estado cuando se ha aprendido a apreciar la imperfección… y a nosotros creo que todavía nos faltan algunas clases.
Extrañamente el tiempo había cambiado, unas nubes habían alcanzado al sol e intentaban esconderle, pero por suerte éste no cedía; los días se hacían cada vez más largos , y las noches pasaban volando… y nosotros seguimos atravesando el desierto… ya no había carteles, ni pájaros, ni pensamientos. Volvíamos a estar como al principio, pero ésta vez el paraje era un poco más desolador.
No creo que quedara demasiado para acabar. Pero cuando pensábamos estar cerca… Decenas de casas aparecieron a nuestro alrededor. El sol reapareció como si nunca se hubiese ido, y se quedo expectante a nuestra reacción. No parecía nada del otro mundo, y así era; la vida perfecta puesta a nuestra disposición, sin siquiera haberla merecido. Aquí esa perfección era contagiosa… No era típica, pero enganchaba; no se parecía en nada a la que nos enseñaba la sociedad consumista de la que veníamos. Ésta era distinta; especial… Era la que nos hacía apreciar el paso del tiempo y sus estaciones, los sonidos que emite la vida… pequeñas cosas que inconscientemente atraen.
Allí no existían las horas muertas, eran sólo momentos de tranquilidad que pasaban inadvertidos. El sol se había vuelto tenue y acogedor, el mar reflejaba un color extrañamente etéreo pero reconfortante; habíamos alcanzado un estado de equilibrio permanente entre nuestros deseos, necesidades, e incluso podría decir que nuestros problemas. Pero parece ser que eso era lo que todo el mundo quería, y debía ser lo que queríamos nosotros… supongo.
Al principio sentí que no encajábamos. Éramos viajeros desorientados, sin un final aparente; quien nos iba a decir que acabaríamos en un sitio así. Era lo más parecido a la vida misma; y eso nos gustaba. Existían los problemas, las inseguridades, pero nunca eran nada que no se pudiera superar; podíamos observar como la gente vivía como quería vivir, tenía sus satisfacciones por trabajos bien hechos, sus derrotas y sus victorias frente a los inconvenientes que la vida te ofrece. ¿Acaso no era eso lo que todo ser humano busca? Un rincón del mundo donde ser cualquier persona valía pena.
Las semejanzas a lo que llamábamos vida, se fueron agudizando a medida que pasaba el tiempo. Todos los errores que cometíamos eran sancionados, pero los actos en los que acertábamos éramos recompensados con simple felicidad; a cualquiera de ahí, e incluso a nosotros mismos, nos bastaba. Mirábamos fijamente una ciudad en la que no había gente mejor ni peor, mala ni buena; sólo eran personas iguales, en un circulo vicioso. El calor no molestaba, ni siquiera se echaba en falta el frío. Habíamos entrado en el juego inconscientemente; y nos encantaba jugar.
Misteriosamente parecía que allí no envejecíamos, pero tampoco soñabamos… llevábamos mucho tiempo haciéndolo y había perdido todo su significado; ya no era sorprendente.
La vida era perfecta, con su imperfección incluida, pero algo faltaba/fallaba; siempre falta algo…
Recordamos que la necesidad de una vida plena no era sólo superficial; ¿dónde se habían metido todas esas personas que marcaron nuestras vidas en algún momento? El hecho de vivir plenamente pero sin nadie al que añorar, sin un sentimiento desgarrado hacia un cualquiera, sin un alma conocida en la que apoyarse… nos hacía cada vez más fríos, y éramos conscientes de ello. El problema era que las ganas de quedarse eran insignificantes en comparación con el deseo de volver a ver a los seres queridos; y eso cada día asustaba más…
El día de partir fue duro. Las nubes protegían al sol de nuestra huída, así no sufriría demasiado. Nos costó una eternidad alzar la mirada para ver por última vez lo que seguramente fuera el Paraíso… para decirle adiós, y no volver.
El juego había acabado, como todo lo que habíamos visto hasta el momento; esta ciudad tenía incluso su propio final preparado. A medida que nos alejábamos, el paisaje cambiaba de piel; nos ofrecía un sin fin de eternidades, todas opcionales pero muy atrayentes.
Todavía sigo planteándome como logramos seguir adelante… la respuesta más racional que he encontrado es que el hombre vive insatisfecho consigo mismo; nuestra mayor debilidad a veces es nuestra mejor baza.
Si escogimos correctamente, no lo sabremos nunca…
El Paraíso me pareció sobre valorado. El ser humano está condenado a tener sed de inconformidad de por vida; si es justo o no; no lo decidimos nosotros… nosotros solamente vivimos.
Carretera recta avanzamos, sin dirección definida…
Pero… ¿Qué es eso que se alza a lo lejos?…
- Las últimas hojas están en blanco… -
Diario Anónimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario