Sales a la calle y vistes tu mejor sonrisa. No soportas que te vean llorar. Por eso finges que nada importa, que todo te da igual. No dependes de nadie, eres fuerte. Pero solo dura unos instantes. Luego en tu rincón secreto vuelves a la realidad. Vuelves a comerte la cabeza. Un actor no tiene que actuar cuando nadie le está mirando. Nada va bien. Ese es el argumento de tu película. Que ya no sabes si pensar en pasado, en presente o en futuro.
En el fondo me importa todo. En el fondo echo de menos, cada día. Pero echo de menos todas esas cosas que quizás nunca tuve, esas mentiras en las que creía cuando era demasiado niña como para conocer la crueldad de las personas. Esa felicidad aparente, tan fingida como la mía. Fingir. Que verbo más... extraño. Quizás me viene de familia. En realidad a mi me gusta aparentar tanto como a ellos.
Ya que mirar atrás no consigue hacerme sonreír, decido mirar hacia delante. Y entonces siento miedo. Miedo, miedo, MIEDO. ¿Qué voy a hacer con mi vida al acabar la universidad? Siento que no sirvo para esto. Que no sirvo para nada, realmente. Que siempre he sido suficiente, pero nunca demasiado. Ni alta ni baja, ni guapa ni fea, ni rubia ni morena, ni lista ni tonta. Que todo se me da "ni bien, ni mal". Y que el mundo se hace insoportablemente grande, o soy yo la que se vuelve insignificante.
Y el presente. Del presente, mejor no hablar. Ojalá volverme valiente fuera tan sencillo como tatuarme "courage" en la piel, pero por desgracia aún no han inventado pastillas de valentía, ni de fortaleza. El presente sigue siendo oscuro y yo sigo sintiendome sola. Sintiendo que nada bueno permanece a mi lado. Y odiando todo lo malo, pero llegando a la conclusión de que si tengo un imán para los problemas, quizás sea mi culpa. Quizás siempre lo haya sido.
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